Cuando compras un coche y te montas en él por primera vez es algo que nunca se te olvidará, ya sea para bien o para mal aunque casi siempre para bien.
Después ese coche se llena de recuerdos: cuando viajaste a esa ciudad, cuando te perdiste en esos caminos de tierra, cuando pasaste ese día maravilloso con la familia o amigos… y entonces llega el problema, la edad. Los coches envejecen y se devalúan a una velocidad vertiginosa. A los 10 años un coche ya habrá necesitado varias reparaciones y varios juegos de ruedas, todo derivado de su uso. Pero empiezan a llegar esas averías inesperadas que hacen que se vuelva un trasto más que mantener.
Piezas que no se deberían romper se rompen, se pican los manguitos, pierdes agua, se desajustan los faros. Esto, junto a la devaluación del coche, hace que las reparaciones acaben siendo más caras que el propio coche, sin contar las inspecciones de I.T.V. anuales. El coche acaba siendo un pozo sin fondo de dinero y en cuanto llega una avería algo mayor, suele acabar en el desguace.
No sé si a todos les ocurrirá, pero deshacerse de un coche no es nada fácil. No es solo plástico, metal y cristal sino algo más. Viajes, anécdotas, ilusiones, decepciones, aventuras… todo esto es lo que dejamos en el desguace cuando nos deshacemos de un coche. Un coche puede haberte acompañado durante una etapa completa de tu vida y formará parte de ella para siempre. Acabará como todos, despiezado y aplastado para después formar parte del metal reciclado.
Al menos sabes que sirven para algo, son donantes obligados.